El sistema de comercio de emisiones no ha conseguido reducir las emisiones; ya va siendo hora de que abordemos los fallos del sistema económico que nos han conducido a la crisis climática. Po Oscar Reyes.
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Cada vez que los mecanismos de mercado fracasan en su intento de reducir las emisiones, los políticos y las industrias que promueven el mercado como solución a la crisis ambiental echan mano de Samuel Beckett: prueba otra vez, fracasa otra vez, fracasa mejor.
Con el derrumbe del precio del carbono, y en un momento en que incluso el máximo responsable de la empresa británica EDF Energy advierte sobre los peligros de la especulación con la burbuja del comercio de emisiones, la UE sigue fomentando la expansión de los mercados de emisiones en todo el mundo. Esta semana, sin ir más lejos, la Unión ha propuesto que se cree un mercado de comercio de emisiones en la zona de la OCDE para 2015, que espera expandir a las principales economías industrializadas para 2020.
Todo esto no es nada nuevo. En la primera fase del régimen de comercio de derechos de emisión de la UE, los precios se hundieron porque, a raíz del cabildeo de las grandes empresas, se concedieron demasiados de los permisos para contaminar que conforman la base de este régimen. En otras palabras: el sistema de comercio con fijación previa de unos límites máximos (conocido en inglés como cap-and-trade) que se suponía que debía moderar las emisiones de dióxido de carbono no ha conseguido moderar nada.
La respuesta de la UE se limitó a subrayar que se trataba de una fase piloto y a promover la expansión del sistema (que se incorporó a la legislación europea el pasado diciembre). Esto es como defender la idea de que si automóvil se desintegra en una simulación de accidente, puede considerarse que es apto para circular.
Ahora que el precio se ha vuelto a desplomar, debemos analizar los fallos de base del mercado de emisiones. No es sólo cuestión de que las empresas de energía europeas saquen tajada de un exceso de permisos que se les deberían de haber venido y no regalado sin coste alguno. Y es que los mercados de emisiones en sí fueron concebidos por los mismos economistas de la Escuela de Chicago que nos trajeron el comercio de derivados, y adoptan una lógica muy parecida.
Hay una gama de nuevos productos financieros que se crean convirtiendo objetos del mundo real en mercancías; en este caso, las emisiones. Entonces, para hacer que el mercado funcione, hay toda una serie de diversas actividades que se tratan como equiparables, aunque no hace falta ser un científico especializado en el clima para darse cuenta de que quemar más carbón y petróleo no se puede neutralizar construyendo más presas hidroeléctricas ni capturando el metano en minas de carbón (y que financiando unas actividades para compensar por las otras puede acabar subvencionando a las mismas industrias que deben transformarse para frenar el catastrófico cambio climático).
De hecho, la lógica de los títulos compensatorios de emisiones (que están vinculados al régimen de la UE a través de una normativa denominada Directiva de enlace o Directiva de vinculación) se basa en que los créditos se emiten para proyectos considerados adicionales, con lo que se recompensa a empresas y consultarías por convertir historias de un futuro desconocido en lucrativos créditos de derechos de emisión. Este enfoque es fundamentalmente injusto, en la medida en que utiliza al Sur Global para arreglar un desastre que han provocado los países industrializados del Norte. Se han documentado de hecho numerosos casos en que estos proyectos se han traducido en la represión de comunidades locales y la apropiación indebida de tierras.
La respuesta de los dirigentes políticos reunidos en el Foro Económico Mundial de Davos consiste en reformar y ampliar el mercado de emisiones. Aquí en Belem, donde se está celebrando el Foro Social Mundial, la respuesta es muy distinta, y los activistas que defienden la justicia ambiental sostienen que es necesario acabar con el sistema de comercio de emisiones, que está totalmente viciado.
Ya hemos presenciado el efecto corrosivo del mercado de emisiones en las negociaciones sobre el clima: actualmente, la ONU está debatiendo cuál es la mejor forma de construir nuevos mercados con los bosques (algo que en la jerga se llama REDD) en lugar de abordar las verdaderas causas de la deforestación, como serían las fábricas de celulosa, la minería y las plantaciones para agrocombustibles.
Si queremos que el camino hacia Copenhagen, donde el próximo diciembre se debería firmar un nuevo tratado internacional sobre clima, sea algo más que un callejón sin salida, es hora de recordar los muchos mecanismos de reglamentación no basados en el mercado y las inversiones del sector público que han funcionado mejor para conseguir un cambio medioambiental, y aprender de las comunidades que llevan un estilo de vida que genera pocas emisiones. En otras palabras: ya va siendo hora de dejar de hablar únicamente del impacto de la crisis financiera en el mercado de emisiones, y de examinar y corregir los fallos del sistema económico que nos ha conducido a la crisis climática.
Oscar Reyes es investigador de Carbon Trade Watch, un proyecto del Transnational Institute, y responsable de la sección de medio ambiente de la revista Red Pepper.
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